domingo, 2 de diciembre de 2012


PROGRAMMING (28/11/2012)

Me presento en derecho a criticar y analizar la base de la buena y alta sociedad intelectual actual.
Nos sostenemos por la motivación y las fuerzas obtenidas a través de la lucha entre iguales, siendo vencedor y alentado, por tanto, el que mayores méritos consigue – salvando, en mi opinión, una serie de errores contextuales y personales – a ojos de las segundas o terceras personas.

Paremos, observemos más allá: estos méritos, expresados y cuantificados a golpe de diplomas, siendo interpretados y gestionados objetivamente por la sociedad, como ya hemos dicho. Por tanto, ¿por qué no tener en cuenta las situaciones personales, los ámbitos sufridos? Son infinitos y tan potentes y decisivos que, realmente, condicionan o pueden condicionar tu vida modificando la meta propuesta inicialmente.

A mi parecer, este es un razonamiento simple y lógico, pero resulta que nadie se interesa más que por las etiquetas que arrastramos colgadas por, repito, terceras personas.
De este modo, no podemos afirmar que las personas más influyentes o exitosas de la historia hayan sido las más capacitadas para ello ya que, quizás, solamente fueron aquellos que tuvieron la suerte de estar en el lugar adecuado.

¿Acaso sabremos algún día cuántos músicos, científicos, pensadores, políticos o inventores podríamos haber visto triunfar si no fuera por la sangría causada por estas condiciones arbitrarias?

¿Quién se atrevería a asegurar que el mendigo que nos pide una pequeña moneda cada mañana no podría haber sido quien controlase nuestro dinero hoy en día de no ser por problemas genéticos, psicológicos, económicos, familiares o, simplemente, mala suerte?

Yo no puedo ni podría, así que considero la valoración de la gente que nos rodea tan complicada como ser un suertudo.